Debo saludar la tarde desde lo alto,
poner mis palabras del lado de la vida
y confundirme con los hombres
por calles en donde empieza a caer la noche. Debo buscar la sonrisa de mis camaradas
y tocar en el hombro a una mujer
que lee revistas mordiendo un cigarrillo;
ya no es hora de contar sordas historias, episodios de irremediable llanto,
todo perdido, terminado…
Ahora estamos frente a otro tiempo
del que no podemos salir hacia atrás, estamos frente a las voces y las risas, alguien alza en sus brazos a un niño,
otros hay que destapan botellas
buscan entretenidamente alguna dirección, una calle, una casa pintada de verde
con balcones hacia el mar…
Debo buscar a los demás,
a la muchacha que cruza la ciudad
con extraños perfumes en los labios,
al hombre que hace vasijas de metal,
a los que van amargamente alegres a las fiestas.
Debo saludar a los camaradas indiferentes y a los que viajan hacia otra parte del mundo,
porque todo ha cambiado de repente y se ha extinguido la pequeña llama que un instante nos azotó, quemó las manos de alguien, el cabello, la cabeza de alguien.
Ahora se acaban aquellas palabras,
se harán ceniza del corazón, se quedarán para uno mismo…
Es hermoso ahora besar la espalda de la esposa,
la muchacha vistiéndose en un edificio cercano, el viento frío que acerca su hocico suave a las paredes,
que toca la nariz, que entra en nosotros y sigue lentamente por la calle,
por toda la ciudad…